
La homosexualidad reprimida obliga a quienes sienten atracción hacia el mismo sexo y profesan fe en Dios a replantearse si lo están ofendiendo con sus acciones.
El santo temor de Dios, como don espiritual profundo, no es castigo ni culpa, sino conciencia viva de la conexión con lo Sagrado. Es una brújula interior que indica cuándo nos estamos desviando de esa comunión. Pero cuando se cruza con la represión sexual, puede generar un conflicto interior desgarrador.
Muchos creyentes que experimentan atracción hacia el mismo sexo sienten que viven en pecado constante. La doctrina les dice una cosa, su cuerpo y su alma otra. El corazón pregunta entonces: “Si Dios es Misericordia, ¿cómo no va a comprender mi limitación humana y me va a condenar eternamente?”
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Duración: 03 min 10 seg
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Cuando el alma y el espíritu se confunden
Como enseña la canalización incluida en este post, el alma encarna con una dualidad. Junto con ella, se forma una energía sutil llamada espíritu falsificante: una parte de nosotros que simula ser buena, que se disfraza de verdad espiritual, pero cuyo propósito es desviarnos.
El espíritu falsificante, tal como aparece en la Pistis Sophia —texto gnóstico atribuido a María Magdalena— no es un enemigo externo, sino una presencia interna que se gesta junto al alma al momento de encarnar.
Podríamos decir que es un doble espiritual. Se forma con la misma materia sutil que nuestra alma, pero su propósito es opuesto: mientras el alma busca la unión con lo divino, este espíritu falsificante se especializa en desviarla. No lo hace de manera burda ni evidente, sino con sutilezas que imitan la voz de la conciencia. Se presenta como correcto, justo, razonable. Pero su verdadero objetivo es seducir, confundir y torcer la voluntad.
Lo difícil es que no lo reconocemos como algo distinto de nosotros, porque nace a la par, y habla con una voz que parece nuestra. Sus razonamientos tienen lógica. Sus sugerencias no siempre son oscuras. De hecho, pueden estar disfrazadas de prudencia o hasta de virtud. Pero son una trampa.
Durante la vida, este espíritu falsificante acompaña al alma humana, y en el plano del juicio espiritual —cuando el alma se presenta ante la Luz— es él quien testifica en su contra. No como castigo externo, sino como consecuencia de haberle dado crédito durante la existencia.
¿Por qué existe? Porque el mundo en el que encarnamos no es neutro: es un universo kármico. Las antiguas tradiciones lo sabían y hablaban de los arcontes del destino, de los contratos del alma, del juicio de los justos. La Pistis Sophia los llama por su nombre y lo expone: estamos siendo puestos a prueba constantemente.
¿Y cómo se lo contiene? ¿Cómo se lo silencia? No se lo destruye. Se lo reconoce. Se lo enfrenta con discernimiento. Y, sobre todo, se lo neutraliza con el ingreso de la frecuencia crística, que alinea la estrella pentagonal del ser y calla, por resonancia, cualquier voz que no venga del alma.
Tentación, deseo y represión: una tríada silenciosa
La tentación y el deseo son naturales en todo ser humano. Lo que cambia es el juicio que les imponemos. Cuando ese juicio se vuelve represión, nace el conflicto. Y la homosexualidad reprimida se convierte en una herida espiritual que no siempre se ve, pero que sangra en silencio.
La invitación no es a justificar cualquier impulso, sino a discernir desde el alma. A reconocer qué parte de nuestro deseo es auténtico, y cuál es manipulación del espíritu falsificante.
Fe y orientación sexual: ¿pueden convivir?
Sí, pueden. Pero requieren un proceso profundo de integración y verdad interior. El sendero espiritual no exige negar lo que sentimos, sino purificarlo. Comprender desde el corazón que el amor de Dios no castiga la orientación, sino la desconexión de la Verdad.
La homosexualidad reprimida y el santo temor de Dios no están en oposición. Solo cuando el miedo paraliza y se transforma en castigo, deja de ser santo.
Reflexiona, siente, escucha tu alma sin miedo.
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Un abrazo de luz
Brinda Mair
CanalizandoLuz






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