Corpus Christi es una festividad móvil en la que celebramos la Eucaristía instituida en la Última Cena, cuando Jesús compartió el pan y el vino con sus discípulos antes de su Pasión.
Los signos del pan y del vino, escogidos para este misterio, representan Su Cuerpo y Su Sangre. Son símbolos que nos recuerdan el gesto profundo de recibir, agradecer y compartir como Iglesia viva, como comunidad reunida en honor a Dios.
«Tomad y comed, este es mi cuerpo. Tomad y bebed, esta es mi sangre. Quien coma y beba vivirá eternamente. Haced esto en memoria mía».
En el misterio de la transubstanciación, toda la sustancia del pan y del vino se transforma en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo.
San Juan Crisóstomo lo expresó con claridad:
“No es el hombre quien hace que las ofrendas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino la fuerza y la eficacia de la Palabra del Maestro y la acción del Espíritu Santo. Por la bendición, la naturaleza misma resulta cambiada”.
La Eucaristía es el encuentro con un Amor más fuerte que la muerte. Participar de este banquete sagrado es acoger los frutos de la redención, manifestando el triunfo de la Verdad en la presencia crística que se revela en nuestro interior. Cuando recibimos la Comunión, el Cristo vivo se hace presente en cada célula de nuestro ser, iluminando incluso a nuestros enemigos internos, debilitándolos y venciendo con la fuerza de la Luz.
Santo Tomás de Aquino, en uno de sus himnos eucarísticos, nos anima con estas palabras:
«Quantum potes, tantum aude» —atrévete cuanto puedas a alabarle como Él merece.
El Maestro Jesús nos dejó en la Última Cena este memorial de Amor y de Fe. Ni el amor ni la fe se pueden fingir: se cultivan día a día, como una llama viva que sostiene nuestra existencia. Dios está presente en Jesucristo en este sacramento, y cuando comulgamos se hace Carne y Vida en nosotros, abriendo el manantial del Cristo interior: la fuente de toda nuestra capacidad de amar.
✨ Feliz Corpus Christi ✨
Brinda Mair
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