Los frutos de Dios contienen las esencias angélicas y dones del árbol de la Vida, revelando la vibración crística para alcanzar plenitud y propósito. Los frutos de Dios se hallaban en el jardín del Edén. Allí se encontraban dos árboles: el del Bien y del Mal y el árbol de la Vida. Mientras que en el Árbol de la Vida estaban todos los frutos, esencias y dones que el Hombre poseía en el Paraíso, el fruto prohibido se encontraba en el Árbol del Bien y del Mal.
Cuenta la Biblia que, al perder el Paraíso por comer del fruto prohibido, el hombre también perdió la gracia de acceder a los frutos de vida y fue condenado a abandonar el Paraíso y a ganar con esfuerzo lo necesario para vivir, aquello que hasta ese entonces le era dado por Gracia al compartir la abundancia del Padre.
Se le dijo al Hombre que solo el fruto del Árbol de la Vida le devolvería el Paraíso perdido… Pero ¿cómo recuperarlo si se había desvanecido la entrada al Paraíso que guardaban los almendros etéricos?
Gracia de dioses que se burlan del hombre ciego de espíritu.
El árbol que no podía encontrar más y que buscó inútilmente en el mundo fue ocultado dentro del mismo hombre, en su cuerpo energético.
Sus frutos, esencias y dones también están en él.
Solo creciendo espiritualmente y equilibrando el Bien y el Mal en sí mismo —que el Árbol del Conocimiento del cual había comido le había abierto— podría ver la Gracia de dioses oculta en su interior.
¡Burla Divina!
¡Gracia de Dios!
Somos árbol y hombre.
Hombre y Universo.
Hombre y Dios.
Todo en uno.
Todos en el UNO.
Al reconectar con estas esencias angélicas, el hombre recuerda su naturaleza divina y despierta la sabiduría oculta en su interior.
Que el Espíritu nos guíe Siempre
Brinda Mair
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