La cruz de San Andrés tiene forma de aspas. Es conocida como “cruz decussata” y, según la tradición, fue el instrumento del martirio del apóstol Andrés, quien, habiendo nacido en Betsaida, fue primero discípulo de Juan el Bautista antes de seguir a Cristo, a quien presentó a su hermano Pedro.
Ver la cruz de San Andrés hoy, fuera del contexto espiritual, podría desconcertar: la encontramos como símbolo de advertencia en sustancias peligrosas. Esa asociación, tan actual como inquietante, nos invita a mirar con más profundidad. Porque así como esas etiquetas alertan de un riesgo para el cuerpo, también lo espiritual —cuando es verdadero— se vuelve una alerta viva para las estructuras que pretenden adormecer el alma.
El mensaje de Andrés fue subversivo en su época, y sigue siéndolo: perseverar en la fe cuando lo cómodo es huir, amar a pesar del rechazo, mantenerse firme cuando el mundo invita a disolverse. Andrés fue considerado “peligroso”, como lo son todos aquellos que se convierten en espejo de un amor que no pide nada, pero transforma todo.
Hoy no se encienden hogueras, pero la soledad del iniciado sigue siendo real. Muchos que están atravesando un proceso de mutación interior reconocen este escenario: se sienten aislados, desfasados, como si caminaran al margen de un mundo que ya no los refleja. Y, sin embargo, es precisamente ahí donde la cruz de San Andrés resplandece: como recordatorio de que el camino del alma no es un sendero populoso, sino uno que demanda autenticidad y valor.
Este símbolo también representa una encrucijada: dos maderos que se cruzan como dos caminos que se eligen. Uno lleva a la repetición del mundo. El otro, al Amor Crístico que habita en todo. El primer paso es aceptar que no todos comprenderán, y que no es necesario que lo hagan.
El verdadero cambio no pide permiso. Se vive.
Quien persevere, sabrá que cuando el ego deja de mirar al mundo para complacerlo, el Amor, en su forma más pura, llena todos los espacios vacíos. Esa es la victoria secreta del espíritu: no necesita ser vista para ser real.
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