
La sharía, entendida como “camino hacia el agua”, orienta una vida buena: verdad en la palabra, justicia en los tratos, cuidado de la familia, respeto a la creación. La ummah (comunidad) acompaña, corrige con ternura y celebra el bien. En lo íntimo, la virtud del ihsán —“adorar a Dios como si le vieras”— invita a actuar con excelencia incluso cuando nadie mira.
Con este horizonte, el presente gana peso: trabajas con honestidad, cumples lo prometido, compartes lo que tienes y buscas la reconciliación. Crece la taqwa (conciencia de Dios) y el corazón se vuelve más humilde y agradecido.
Ser musulmán regala una paz practicable: un corazón centrado, una ética clara y una comunidad que sostiene. En resumen, es un modo de vivir donde la entrega a Dios se convierte en luz diaria para pensar, decidir y amar.
— Un creyente musulmán
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