El símbolo de la cruz es celebrado en la iglesia el 14 de septiembre en la festividad del «Hallazgo de la Santísima Cruz. ¿Qué significa la cruz para ti?»
Santa Elena era una gran psíquica, madre del emperador Constantino, el Grande, quien unificó en su imperio Estado e Iglesia. Ella tomó a su cargo el rescatar «los lugares santos» de Jerusalén que habían caído en el abandono y el olvido. Su principal objetivo era recuperar los restos de la cruz donde Jesús pereció y que los lugareños sabían que habían sido enterrados en el monte de la Calavera (Gólgota).
¿Qué significa el símbolo de la cruz para mí?
Mi relación personal con el símbolo de la cruz atraviesa distintas etapas de mi vida.
En principio, debería definir que la cruz es un laberinto de ocho puertas e instrumento de ascensión, así como un símbolo de redención. Esto último lo puedo reconocer, pero no me identifico con el Cristo sufriente porque siempre consideré que la intención de la Iglesia de perpetuar en esa imagen la agonía de Cristo, al igual que las festividades del Viernes Santo, lo hacen morir todos los años y no permiten ver que Cristo resucitó.
Fue en la escuela primaria donde tomé mayor conciencia del Cristo crucificado. Lamentablemente, lo asocié a las monjas de la escuela y a su máscara de devoción que contrastaba con sus acciones. Allí comenzaron a tomar forma las creencias que me acompañaron gran parte de mi vida sobre el clero, y comencé a diferenciarlo de la creencia en Dios.
Como rechazaba la imagen del Cristo crucificado, que me infundía temor, adopté por aquellos años la simple cruz de madera, sin imagen.
Durante mi adolescencia se produjo mi despertar psíquico cuando murió mi mamá, a mis catorce años. Es evidente hoy para mí que ella retenía una energía que, al partir de este plano, se desbordó hacia mí. La forma tan abrupta en que esto ocurrió, los fenómenos visuales y auditivos que envolvieron mi vida desde los 14 a los 40 años, me provocaron el vivir al comienzo aterrorizada. A lo que siguió un período de normalización, verdaderamente por acostumbre, que dio una aceptación tácita a aquello que creía que no se podía cambiar.
Mi familia me llevó de curandero en curandero intentando hallar equilibrio en medio de lo que experimentaba. Las noches me encontraban rodeada de todo tipo de amuletos y talismanes para poder dormir con alguna protección sin sentirme amenazada ni que terminara despertando alertada por mis propios gritos. ¿Uds. se preguntarán si la cruz estaba dentro de los símbolos de protección? Pues no. ¿Saben por qué? Porque los espíritus que vagan sin poder ascender van hacia las cruces a confesarse (creencia espírita altamente confirmada por mi experiencia personal). Y de eso no era necesario más.
Para darles un ejemplo, yo jamás dormiría con una cruz en la cabecera de la cama. ¡Benditos los que, ciegos y sordos de espíritu, que creyendo en Dios pueden dormir así!
La explicación simplista: «Lo que pasa es que usted extraña a su mamá», dicha por el sacerdote del colegio secundario franciscano como justificativo a todo lo que experimentaba, no logró saciar mis ansias de comprender y, mucho menos, logró retenerme dentro de la fe.
Con los años, me reconcilié con la Iglesia, pero con limitaciones: Mi Credo difiere del Credo.
Siempre usé cruces, pero con piedras o sin ningún grabado.
En todos estos años, tuve una sola cruz de pared: la cruz de San Damián, que compré viajando por Asís (Italia). La hermosísima energía de la iglesia que albergaba los restos de San Francisco y la historia de la cruz de San Damián, que lo llevó a convertirse, me hizo olvidar mi aprehensión natural por las cruces con imágenes. La tuve durante mucho tiempo, hasta que la doné a la iglesia.
Así transcurrió este tema hasta hace dos semanas.
Estaba trabajando sola en casa e ingresó una energía que me interrumpía, molestándome. La retiraba, y al rato regresaba porque me negaba a prestarle atención, abandonando lo que estaba haciendo. A estas alturas, me parece muy vano investigar de dónde proviene. Es como si alguien quisiera averiguar de dónde viene una mosca molesta. Esta situación suele acontecerles a todas las personas con mayor o menor frecuencia, pero lo asocian a inquietudes ligadas a algún suceso que viven, o simplemente “se ponen nerviosos sin motivo”, o bien se les manifiesta como dolor de cabeza, espalda o similar.
De pronto, tuve la certeza de que una cruz con Jesús crucificado la frenaría sin esfuerzo.
Mi único objeto que podría tener una cruz, era un decenario. Y así fue. Lo que no esperaba era que la cruz tuviese una imagen de Jesús crucificado. ¡No me había dado cuenta!
La puse sobre mi escritorio y la energía no regresó más.
Moraleja para los que les tienen animadversión hacia las cruces con imágenes de Jesús crucificado:
No renieguen de su uso por creencias (como yo lo hice). Prueben si se les presenta la ocasión. Habrá casos en los que ellas serán la mejor solución. En especial, servirán para actuar contra seres que reconocen al Cristo, pero están al servicio del mal: desde espectros a demonios, porque los elementales no reaccionan ante las cruces.
Ojalá que estas experiencias les sean de utilidad.
Que el Espíritu nos guíe siempre.
Un abrazo desde el alma.
Brinda Mair
PD: Para quien le intrigue saber cuándo se normalizó esto que relaté, recién pude comenzar a dominar el fenómeno psíquico a partir de que canalicé mi Nombre Cósmico, Brinda Mair, a los 40 años. Todo lo demás, tal como la experiencia “de la mosca”, es constante, con periodos más calmos unos que otros. Es parte de quien soy y favorece mi profesión. No sabría vivir sin sentir lo que no se ve. Me ha ocurrido viajando en contadísimos lugares o portales donde “no se siente en 4D”. Eso me desconcierta. (Nota de autor – Brinda Mair)
Deja una respuesta